lunes, 18 de mayo de 2015

Capítulo 15 - Verso 5

Aquellos que están libres del prestigio falso, de la ilusión y de la falsa compañía, que entienden lo eterno, que han terminado con la lujuria material, que están libres de las dualidades de la felicidad y la tristeza, y que, sin ninguna confusión, saben cómo entregarse a la Persona Suprema, llegan a ese reino eterno.

SIGNIFICADO

Aquí se describe muy bien el proceso para entregarse. El primer requisito es que uno no debe estar engañado por el orgullo. Debido a que el alma condicionada es engreída, pues cree ser el señor de la naturaleza material, le es muy difícil entregarse a la Suprema Personalidad de Dios. Uno debe saber por medio del cultivo del verdadero conocimiento, que no es el señor de la naturaleza material; la Suprema Personalidad de Dios es el Señor. Cuando uno se libera de la ilusión causada por el orgullo, puede comenzar el proceso de la entrega. A aquel que siempre está esperando algún honor en este mundo material, no le es posible entregarse a la Persona Suprema. El orgullo se debe a la ilusión, pues, aunque uno llega aquí, se queda por poco tiempo y luego se va, tiene la necia idea de que es el señor del mundo. De ese modo, uno complica todas las cosas y siempre se encuentra en dificultades. El mundo entero se mueve bajo los efectos de esa impresión. La gente considera que la Tierra, este planeta, le pertenece a la sociedad humana, y la han dividido con la falsa impresión de que son los propietarios de ella. Uno tiene que librarse de esa falsa noción de que la sociedad humana es la propietaria de este mundo. Cuando uno se libra de ello, se libra de todas las falsas relaciones causadas por los afectos familiares, sociales y nacionales. Esas relaciones imperfectas lo atan a uno a este mundo material. Después de esa etapa, uno tiene que cultivar conocimiento espiritual. Uno tiene que cultivar conocimiento acerca de lo que verdaderamente es propiedad suya y lo que de hecho no lo es. Y cuando uno tiene un entendimiento de las cosas tal como son, se libera de todas las concepciones duales, tales como la felicidad y la tristeza, el placer y el dolor. Uno se llena de conocimiento; en ese momento le resulta posible entregarse a la Suprema Personalidad de Dios.

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